Ética para las comunidades de vecinos y vecinas

Por mucho que la ficción televisiva se empeñe, las comunidades de vecinos de la inmensa mayoría de la población no dan para una serie. Por lo general, no hay ni la mitad de cotilleo que en Aquí no hay quien viva, ni un cuarto de las amistades y vivencias compartidas que aparecen en Friends, ni tampoco un solo habitante tan caricaturesco y de color amarillo como en Los Simpsons.

Sin embargo, sí que hay un elemento común a toda comunidad de vecinos y propietarios, sean más televisivas o menos. Este rasgo es la necesidad de convivir. Convivir es vivir con otros y, a veces, a pesar de otros. Nos guste más, o nos guste menos, tenemos que convivir con otras personas. La convivencia, asimismo, está caracteriza por aspectos morales, debido a que debemos tratar con otros individuos y familias que tienen sus propios valores, visiones e intereses, de los cuales algunos son iguales a los nuestros y otros diferentes. Por lo tanto, ¿qué nos puede decir la ética para una mejor convivencia vecinal?

Lo primero es recordar una antigua regla que en filosofía moral suele denominarse como la ‘regla de oro’. El contenido de esta regla no es nada innovador, sino que más bien es algo de sentido común en lo que nos educan desde que somos niños y niñas. En su formulación positiva, la regla de oro impele a tratar a los demás de la forma que nos gustaría que nos tratasen a nosotros. En su formulación negativa, esta regla exhorta a no hacer a nadie lo que no nos gustaría que nos hiciesen a nosotros. Esta máxima, en cualquiera de sus dos polos, nos sirve para guiar nuestra conducta en una gran cantidad de situaciones; incluyendo también en cómo debemos comportarnos en nuestros vecindarios.

Eso sí, quizás sea más importante esforzarse en cumplir la regla de oro en su formulación negativa. Tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen puede que a veces sea demasiado exigente. A mí, por ejemplo, me gustaría que mis vecinos cocinillas me regalasen un bizcocho de vez en cuando, pero esto no significa que el resto tenga la obligación de traerme un bizcocho. Ahora bien, todos los vecinos sí que tienen la obligación de no hacer ciertas cosas que a nadie le gustan: como que te despierten con la música a todo volumen a media noche, o como encontrarse el portal o el ascensor con suciedad reciente y evitable.

Lo segundo es reconocer que el respeto a las normas de convivencia comúnmente acordadas es algo que nos beneficia a todos y todas. Seguir las reglas es casi siempre lo más prudente a nivel individual, ya que nos ahorramos meternos en líos, y también lo más moral a nivel colectivo, ya que hace que las comunidades funcionen lo mejor posible. En este sentido, el hecho de que todos compartamos el interés de convivir de la mejor manera posible nos recuerda el valor de respetar las normas, la limpieza, el orden o del descanso ajeno.

Tercero y último, la ética también nos ayuda a lidiar cuando hay intereses contrapuestos. Una capacidad moral importante es la empatía. Mediante la empatía tratamos de adoptar la perspectiva de los demás, ponernos en su piel y sentir lo que otras personas sienten. La empatía es valiosa en la resolución de conflictos: nos ayuda a reconocer que otras personas pueden tener intereses legítimos diferentes a los nuestros, debido a sus propias particularidades vitales que pueden ser distintas a las nuestras. Por lo tanto, la empatía es importante cuando tenemos que deliberar y negociar. Igualmente, negociar implica estar dispuesto a ceder en algunos puntos, y a no renunciar a otros. Ser trasparente y honesto con las propias aspiraciones, y comprensivo con las ajenas, son otras virtudes admirables en las resoluciones de conflictos. Finalmente, la ética también invita a acudir a la normativa y a las leyes que establecen nuestros derechos y obligaciones jurídicas en los casos que hay intereses contrapuestos difíciles de solventar. Por eso las administradoras y los administradores de las comunidades vecinales juegan también un papel fundamental, aunque la ética nos invite a aliviarles el trabajo.

Por Jon Rueda Etxebarria.

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